Prefacio
por: Natalia Merced
Mi amiga y compañera Loraine escribió esta reflexión antes de tan siquiera conocer sobre lo que Benito Antonio tramaba en su estudio, y qué pertinente se vuelve ahora afirmar que el reggaetón es memoria.
En Hasta ‘Bajo Project conectamos a través de memorias singulares que en la superficie parecen vivir en realidades distintas, pero que forman parte de un tejido de recuerdos boricuas que cosen nuestra memoria colectiva.
El reggaetón se vuelve el soundtrack de esa memoria colectiva. Con sus canciones identificamos momentos precisos de nuestra vida y la historia del país, que refleja hasta cierta medida lo que rondaba en el imaginario popular: a un nivel visceral (el ritmo) y a un nivel cognitivo (la letra).
Comenzamos recopilando memorias alrededor del reggaetón que compartían nuestres amigues, compañeres y familiares. Salió a la superficie una realidad innata: las memorias, personales y colectivas, conforman nuestro presente.
Entendimos que la memoria es una experiencia sensorial, se manifiesta a flor de piel y puede desatar una acción. Aquí entra nuestra misión: documentar y salvaguardar la cultura del reggaetón.
Para intenciones académicas, es una cuestión de preservar instantes en la historia musical y estudiar la sociedad a través de su creación artística. Pero, a nivel político, documentar el reggaetón y, por ende, la cultura popular, sirve de evidencia de que seguimos aquí. Creamos, reflexionamos, ofrecemos una perspectiva singular, nuestras experiencias tienen voz y tenemos todo el poder de compartirlas.
Debí tirar más fotos subraya esta propuesta.
Tenemos que tirar más fotos. Tenemos que hacer música. Tenemos que escribir los aguinaldos en un cancionero. Tenemos que enseñarle a nuestros sobrinos a hacer pasteles y asar el lechón. Tenemos que escuchar las historias de abuela y abuelo. Tenemos que hacerle caso a nuestres maestres de historia.
La documentación no nos salvará de lo que ya parece un futuro inevitable, pero la cultura no muere mientras exista gente que la preserve.
Hay una resistencia que se cuaja cuando insistimos en dar vueltas con el musicón, aún en sitios como Dorado Beach y Rincón. Así que, toma las fotos y escribe los relatos. Escucha salsa, trova, bomba, plena, reggaetón y dembow. Escribe las recetas de tu abuela que ya casi se le olvidan. Aprende a hacer pitorro y llévatelo con el caldero de arroz pa’l río.
Mientras yo pueda ir a Cabo Rojo o a Yabucoa y escuchar perreo a lo lejos, estaré tranquila que nuestra memoria resiste los embates coloniales del tiempo.
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Suena la voz de Baby Rasta en Romances del Ruido 2 y automáticamente me transporto a cuando estaba en la preadolescencia. Voy de camino a casa por la 115, en el Corollita negro de tití, luego de un largo día de acompañarla a hacer compras en el mall de Mayagüez. Ella guía mientras canta esgalillá un romantiqueo al son del “Hoy y mañana sin ti, con mi soledad / Sin ti no soy nada, no puedo más”. De hecho, de Baby Rasta y Gringo tengo dos o tres canciones que me hacen viajar en el tiempo a cuando tenía mis salidas y momentos de bonding con tití. ‘Avísame’ y ‘El Carnaval’ son dos de mis canciones favoritas por la precisa razón de que las relaciono a una etapa de mi vida muy bonita y la conexión tan linda que creé con ella gracias a la música. Realmente de tití saqué muchas cosas y, al parecer, el gusto por la sandunga del reggaetón fue una de ellas. Las primeras canciones que escuché de Zion y Lennox, Cheka, Magnate y Valentino, Héctor y Tito, Baby Ranks y Divino, por mencionar solo algunos, las escuché gracias a ella, my reggaetón godmother.
Ese periodo de los early 2000’s en Puerto Rico no lo puedo pensar sin la creciente presencia del reggaetón en mi vida y en la sociedad puertorriqueña en general. Eran los años de Sila María Calderón, la primera mujer gobernadora de este archipiélago, y también fue la época en la que la senadora Velda González se pronunció en contra del género por su alto contenido sexual y de violencia. El país se dividía entre quienes disfrutaban de la música y del perreo y en quienes lo pensaban como la perdición y la raíz de todos los males de Puerto Rico.
Según fui creciendo, me fui moviendo entre ese binomio tan limitante de si el reggaetón era “bueno” o “malo”. Por un tiempo fui una de esas welebichas que se pensaba superior porque lo que escuchaba era a Robi Draco Rosa, The Doors o Gustavo Cerati. Me creí el cuento clasista y racista de que el gusto por el reggaetón y la “intelectualidad” no podían coexistir; que para ser inteligente se tenía que odiar el reggaetón porque eso era cosa de cafres y de personas no educadas.
Gracias a Santi Baby Rasta y a la caribeñidad que corre por mis venas, salí del viaje de la falsa intelectualidad y durante mis años de bachillerato volví a escuchar reggaetón como lo hacía antes. No entendía del todo cómo, pero estaba clara en que adquirir consciencia social no equivalía a culpar al reggaetón por la violencia y el machismo que dominaba en nuestra sociedad. Más bien, al contrario, según iba aprendiendo sobre las complejidades del ser humano, me cuestionaba si no era la misma sociedad la que creaba las condiciones para que en las canciones y en otras manifestaciones culturales se generaran o abordaran este tipo de temáticas.
Seguir desarrollando mi interés por el género me llevó, hace unos pocos años, a colaborar con la corilla linda de Hasta ‘Bajo Project. Gracias a ellxs conocí uno de los lemas que hoy día reafirmo: “El reggaetón es memoria”. Al igual que otros géneros musicales son memoria para muchas personas, el reggaetón lo es para mí y para muchxs de mi generación. Aunque el soundtrack de mi vida es bastante ecléctico -hay un poco de todo- este no sería lo mismo sin la presencia del reggaetón.
Afirma Holly Burns en un artículo de The New York Times que la música tiene una poderosa habilidad de hacernos sentir como que nos hemos transportado al pasado. En este punto de mi vida, a mis early thirties, el reggaetón es uno de esos géneros que me transportan en el tiempo y me hacen sentir conectada de una manera particular a la cultura caribeña. Parte de mis experiencias como millenial puertorriqueña están sumamente ligadas al boom del reggaetón en Puerto Rico y en el mundo. Para que tengan una idea, llegué al local donde me celebraron el quinceañero, luego de haber recorrido todo el pueblo de Añasco escapotá en un Mustang convertible color rojo, al son de ‘Los maté’ de Tego Calderón. “Pero no fue mala fe, hice lo que tenía que hacer.” Cheff’s Kiss
Recuerdo también que en el primer email que tuve me llamé la “Sweet Cangri”. Sí, Barrio Fino had me on chokehold. Para esa misma época, a la compañía de mi primo, Papito, aprendí a bajar canciones de Flowhot.net y de LimeWire para hacer mis propios mixes de reggaetón en CD’s. Yo era la DJ pirata oficial de la familia, quemando discos pa’ rey mundo y to’ el mundo que me lo pedía. También fui parte de la muchachería que se enfiebró con las libretas de Don Omar y de Daddy Yankee para la escuela. Mi tía, la godmother, me llevó a una firma de autógrafos de Don Omar en el mall de Mayagüez y, en otra ocasión, me llevó a verlo en vivo en las fiestas patronales de Rincón. Años más tarde, me antojé de ir al prom de mi hermano solo porque Jowell y Randy se iban a presentar, y sí, eso fue, relativamente, los otros días. No shame, people, no shame.
En fin, estamos hechxs de recuerdos. La música forma parte de ese acervo histórico-cultural que utilizamos para acceder a las memorias que nos ayudan a construir nuestra historia de vida y, a su vez, la historia de nuestras respectivas comunidades. Negar el reggaetón como cultura o como un género musical legítimo, algo que es común escuchar por ahí, es rechazar parte de la memoria y de la experiencia puertorriqueña-caribeña en sí. Por eso me abrazo al lema la corilla de Hasta ‘Bajo Project y nuevamente afirmo que sí, el reggaetón es memoria.
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